La "despertá"
Cuando me desperté, lo primero que recuerdo es la gran claridad que había en la habitación, la luz del sol que entraba por la ventana a pesar de lo temprano de la hora (posteriormente supe que en el Levante amanece casi una hora antes que en mi Galicia natal). Poco a poco, fui vislumbrando la extraña habitación en donde me encontraba, los demás chicos que seguían durmiendo, la tranquilidad que se respiraba. A medida que me daba cuenta de lo que había pasado en el día anterior, una sensación de cierto desasosiego y soledad me iba invadiendo. Unos instantes más tarde mi mirada se cruzó con la de Eloy, quien estaba despertándose en una de las literas de abajo. Tras unas miradas cómplices, lo convertí en mi primer apoyo en aquel nuevo entorno.
Luego vino el caos, la tranquilidad se rompió de pronto por el encendido de la megafonía y el crescendo de decenas de voces, de ruidos de chicos que se levantaban. Yo hice lo que hacían los demás y de repente me vi inmerso en un río de chicos que iban al baño, que se vestían y que corrían por los pasillos para bajar las interminables escaleras. Siempre procuraba no perder de vista a Eloy, a quien había convertido durante esos primeros momentos en casi un veterano. La marabunta de niños era guiada por unos adultos, los educadores, que nos iban dando instrucciones.
Aquella mañana, mientras oía a los siete compañeros de habitación y a medida que abría mi armario metálico y tenía contacto con mis pertenencias, volvía a mí el recuerdo de mi madre y de mi casa. Me empezaba a dar cuenta con una creciente tristeza de lo que significaba mi decisión de seguir el consejo de mi antiguo director de colegio para solicitar y aceptar aquella beca que me hizo dejar mi casa e irme a vivir al otro extremo de España en 1976, cuando yo tan sólo tenía 10 años.
Sin embargo, nunca me arrepentí de aquella decisión.