Las comidas
En general, nosotros decíamos que pasábamos hambre. Los tutores, sin embargo, se reían y nos decían que la dieta estaba especialmente estudiada, pero todos queríamos más y sobre todo otras comidas. Uno de los tráficos negros más comunes era el de subir pan desde los comedores hasta las habitaciones. Esa actividad no carecía de riesgos, pues a menudo éramos registrados a la salida del comedor.
Recuerdo llegar a esconder los trozos de pan hasta en los sobacos. A veces también había registros en las habitaciones, los tutores decían que era para evitar la aparición de roedores.
(...)
Al cabo de unas semanas en la UNI, lo máximo a lo que aspiraba un interno era a recibir un paquete de casa lleno de comida. Entre los bienes más deseados se encontraban los tubos de leche condensada y las galletas rellenas de chocolate Príncipe. Los paquetes de comida que recibíamos de casa era como abrir un pedazo de cielo: primero echabas un rápido vistazo al contenido del cofre del tesoro para, más tarde, leer la nota doblada con unas cuantas palabras de ánimo que tu madre te escribía.
(...)
Una de mis primeras y vergonzosas fechorías tuvo relación con esto. Era por la tarde y teníamos Educación Física por lo que habíamos subido a cambiarnos a las habitaciones. Yo me demoré un poco más y, cuando los otros estaban bajando, aproveché para abrirle el armario a un compañero (Fernando, perdóname) y comerme algunas de sus galletas.
Ni que decir que el supuesto sigilo con el que llevé a cabo el hurto no lo fue tanto y de inmediato se supo. Por la noche, y una vez en la habitación, empezaron los comentarios irónicos sobre los ladrones de comida y yo, totalmente avergonzado, canté en seguida.