25 abril, 2009

2 años y pico más tarde

Han pasado muchas cosas, y ha habido muchos comentarios de gente que ha leído el libro y que se ha sentido más o menos identificada por lo que allí se comenta.
Ha habido otro acto de presentación en Coruña (ver foto) que reunió a muchos amigos y también a familiares como a mi madre, a quien tan presente tuve durante mis días de Cheste y que desgraciadamente ya no está conmigo. Y es que, aunque pensemos que guardamos mucho de aquellos críos que éramos, ya poco de críos nos queda, tan sólo ese lado rebelde y marchoso que empezamos a gestar en aquella época.
Hay personas que se lamentan de que a veces los foros están parados. No puede ser de otra manera. La vida de cada uno de nosotros nos reclama, y todos estamos muy, muy ocupados. Pero si hacemos una estadística y vemos como la gente participa en la web desde el 2005, se nota una gran actividad. Con sus momentos intensos y otros más bajos. Y ahora nos aproximamos a otro momento intenso: el IV Encuentro Nacional de Antiguos Alumnos del COUL de Cheste.
Ya podéis comprobar como la cosa se anima.
Yo estuve en el anterior, en el 2005, y fue una experiencia inolvidable.
Os la recomiendo.

07 diciembre, 2006

Tras el acto de presentación

... pues quedan emociones muy intensas, de un acto irrepetible, en donde se hizo un merecido homenaje a todos los que han trabajado allí y a los que por allí pasamos y nos formamos. Hay unas palabras que no me resisto a citar y que se dijeron al final de dicho acto, pronunciadas por mi profesor de entonces de Lengua y Literatura Españolas, D. Evaristo Carrillo: "Hay una frase de Unamuno que dice: "no doy ideas, ni doy pensamientos, doy trozos del alma". Yo creo que en ese libro que has escrito, Quico, hay trozos de tu alma."

16 noviembre, 2006

Invitación al Acto de presentacion del libro

El Complejo Educativo de Cheste os invita a la presentación del libro “Memorias de un interno en Cheste” ---------------------------------------------------------------------------------- Intervendrán: D. Vicente Fernández de Gamarra y Betolaza (Ex - Rector del Centro de Orientación de UU. LL.); Dña. Amparo Martínez Sánchez (Ex - Subdirectora Educativa del Centro de Orientación de UU. LL.); D. José Andrés Mut (Coordinador del Departamento. de AA. AA. del Complejo); D. Francisco Omil Prieto (Autor de la Obra) ----------------------------------------------------------------------------------- El acto tendrá lugar el viernes 1 de diciembre, a las 19 horas, en el SALÓN DE GRADOS del COMPLEJO EDUCATIVO DE CHESTE.

05 octubre, 2006

HOY es el 30 aniversario

Hoy se cumplen 30 años. Aquel martes 5 de octubre de 1976 dejamos nuestros hogares, emprendimos un viaje a lo desconocido, y por fin llegamos e ingresamos en la UNI de Cheste. Supongo que el centro fue llenándose a lo largo de la tarde y los chicos irían teniendo sus primeras experiencias (mayoritariamente traumáticas) en esas horas. Puedo imaginarme esa primera cena, seguramente extraña y triste... En mi caso, nada de nada, mi única percepción visual de ese día fueron oscuridades y sombras. Y es que los gallegos tardábamos lo indecible en recorrer la enorme distancia que nos separaba, máxime con las carreteras de la época. Llegamos muy tarde, ya de noche y yo solo pude intuir las enormes sombras de los edificios. De entre las sensaciones, la más potente que tengo en la cabeza es la del penetrante olor de los suelos del dormitorio. Fue al día siguiente, en mi “despertá”, cuando de repente se materializó todo ante mí. Mi transición fue abrupta. De repente me desperté allí metido. Han pasado tres décadas, toda una vida según los estándares de no hace muchas generaciones. ¿Que éramos antes de Cheste?, supongo que teníamos todas las potencialidades, pero fue en la UNI donde realmente empezamos a exprimirlas. Puede decirse que nuestra infancia acabó ese día, al final de nuestros primeros 10 años. Muy rápidamente empezamos a hacernos hombres, aún metidos en aquellos cuerpos de niños. Y no lo digo con tristeza, me limito a constatar la realidad. En aquella época, todos queríamos crecer y hacernos adultos lo antes posible. A nuestra infancia, ni la volvimos a mirar, no nos interesaba en absoluto. Cheste supuso el principio de un largo viaje. Hemos recorrido muchos lugares y vivido muchas experiencias. Ahora, ya en la cuarentena, tal vez sea un buen momento para reflexionar. En mi caso, he disfrutado mucho este año restaurando mis bancos de datos mentales y rescatando un enorme patrimonio emocional que creía olvidado. Pero lo mejor fue volver a estar con muchos de vosotros y ver lo fácil que es establecer una comunicación cálida y sincera. En fin, esto no es más que otro hito en el camino. Pero creo que a partir de ahora lo recorreré con nuevos (a la vez que viejos) amigos de entonces. Os deseo un feliz aniversario.

04 octubre, 2006

AVISO ULTIMA HORA

Con motivo de la difusión de la próxima publicación del libro, muchas nuevas personas están acercándose a esta página por vez primera y algunos aprovechan para hacer diferentes comentarios. Gracias por ello y bienvenidos todos. Sólo quería manifestar que no puedo contestaros si no me dais vuestra dirección electrónica o algún otro dato. Os recuerdo mi correo electrónico para los que quieran contactar de forma más directa y privada: eqomil@usc.es Por ejemplo, uno de vosotros me hablaba del colegio Rossinyol y que le gustaría que figurase en el libro. Desgraciadamente en este momento eso no es posible pues el libro ya está cerrado y en proceso de impresión. Y la información que yo tengo sobre ese colegio no llenaría ni un par de líneas. Pero, ¿quién sabe?, tal vez pueda haber otras oportunidades. En todo caso, me gustaría compartir toda la información posible con vosotros. Mi intención es que el libro no sea el final de nada, sino más bien un punto de partida para recuperar nuestra memoria colectiva.

15 mayo, 2006

El ambiente de las habitaciones

Poco a poco vamos rescatando imágenes, y con ellas vienen toda una retahíla de recuerdos... Podemos ver que predominan las caras de ilusión, aunque siempre hay alguien que se reserva, que no se da libremente al fotógrafo. Un ambiente humano intenso que estas dos imágenes tan sólo sugieren. Sigamos buscando. Seguro que encontraremos más. Aunque ninguna será como la foto de la camareta 22, esa foto tomada con los pijamas ya puestos, y que hace escasamente unos meses fue descubierta en el libro "La Odisea", que nos habían mandado comprar en Cheste. Una foto pues, que hizo su propia odisea de tres décadas.

21 abril, 2006

Las clases teóricas

El horario lectivo era muy amplio. En general, por las mañanas teníamos las principales asignaturas: Matemáticas, Lengua y Literatura Españolas, Geografía e Historia, Inglés y Ciencias Naturales. Por la tarde teníamos otro tipo de actividades: Educación Física, Dibujo y Artes Plásticas, Pretecnología (madera, metal y electricidad), Cerámica, Música y Formación Religiosa. Los profesores eran auténticos profesionales y aunque no pasaban tantas horas con nosotros como el personal educativo de los colegios, al final también acababan cogiéndonos cariño. (...)

01 abril, 2006

Epidemias

Una parte de mi libro de memorias está dedicado a la recopilación de una corta pero selecta serie de maravillosas anécdotas escritas por Chema Esteban. Mi agradecimiento por su colaboración.
(...)
Sucedía que en la UNI cada dos por tres venía alguna pequeña epidemia, algo que considerábamos normal entre una población de chavales que estaban todo el tiempo en contacto. Vamos, que aparecía un buen día uno con catarro y fiebre, iba a la enfermería y como le ingresaran ¡zas!, automáticamente sabías que muchos compañeros, bien de la habitación, bien del aula o del colegio, pasarían por una breve estancia en aquellas peceras, que es lo que parecían las habitaciones de la enfermería. Claro está que yo me sé de algunos casos que con el fin de evitarse las clases se pasaban todo el día esperando consulta. Preguntaban a los pacientes reales sus síntomas para después narrarlos al personal médico como propios.
Pero fíjate tú que apareció un brote de una terrible enfermedad: la meningitis. Desgraciadamente se murió un chico de la cuarta residencia y apareció algún caso más en su misma habitación. En fin, que visto lo visto, y ante el temor de que se pudiera extender la enfermedad, las autoridades sanitarias de la UNI nos suministraron obligatoriamente unas pastillas para evitar el contagio. Una de las bondades de aquellas partillas es que provocaban un gracioso pis de color rojo chillón. Aún me acuerdo de primero que descubrió el hecho.
- ¡Oye tío, no que me pasa pero es que meo colorao! ¡Que parece ser que es de las pastillas!
Ante tamaño fenómeno yo creo que todo el personal tratamos de hacer ganas de miccionar para comprobarlo personalmente. Efectivamente tenía razón, tal como fuimos comprobando poco a poco. Los siguientes días todos los urinarios de la UNI aparecieron teñidos de un llamativo color rojizo. Las pastillas estaban haciendo su efecto, creo yo.
(...)
Al hilo de estos hechos, el director del Colegio Búho convocó con urgencia una asamblea extraordinaria. La causa era lanzarnos un buen rapapolvo. Algún alumno había mandado una carta a la familia notificando que éramos víctimas de una pandemia de alcance inimaginable. Más o menos informaba a sus padres, con mucha imaginación, que la UNI estaba sometida a un Estado de Cuarentena. Que estábamos rodeados por la Guardia Civil y el Ejército para impedir que ningún alumno se saliera del Centro, y que estaba cayendo gente como moscas, bien víctima de los disparos de la Guardia Civil, tratando de huir del Centro, bien víctima de la peste negra que asolaba el recinto. Evidentemente, el padre de aquella criatura, ante las noticias tan alarmantes, se había puesto en contacto urgente con el director del colegio Búho para pedir explicaciones. Eso es lo que provocó las iras del dire que se encargó muy bien de repartir entre todos en la mencionada asamblea.

21 marzo, 2006

NOTIFICACION ENTRADAS EN ESTE BLOG

Mis saludos a todos los que visitais estas memorias. Si quereis recibir una notificación via email de que hay nuevas entradas en este blog, hacédmelo saber, bien directamente como un comentario a este mensaje o bien mandándome un email a mi dirección personal. Gracias, PD. Por cierto, he conseguido eliminar el mensaje del mamonazo que usaba estas páginas para anunciar contenidos porno. Ojalá no sea necesario restringir el acceso, sería una pena.

La vida en el Colegio

Poco a poco nos íbamos dando cuenta de cómo estaba estructurada nuestra vida en el centro. Los 5000 internos estábamos distribuidos en 24 colegios, cada uno con 200 alumnos. Cada colegio disponía de 25 habitaciones de 8 personas, el llamado Módulo 8, que era el centro de la organización de los internos. Así, cada 5 habitaciones formaban un grupo de 40 alumnos que tenía como base un aula. Como nosotros estábamos en la habitación 12, formábamos parte del aula 3 del colegio.
(...) Las habitaciones estaban distribuidas para albergar al mayor número de personas en el mínimo espacio; podían recibir el calificativo de camarotes, con la ventana rectangular al fondo a modo de ojo de buey. Con todo, incluso estando ocupadas por 8 niños a la vez, permitían la libertad y fluidez de movimientos. No recuerdo que nos estorbásemos mutuamente. Las taquillas eran de metal gris azulado y tenían dos puertas independientes que chirriaban al abrirlas. La parte superior estaba dividida en tres estantes, mientras que la parte inferior se destinaba a los zapatos y a la ropa sucia, por eso tenía una rejilla de ventilación. Entre la parte superior y la inferior, podías extraer un asiento (que no tenía nada de deslizante) hecho de lamas de madera, pero apenas se usaba. Ya teníamos las camas para sentarnos.
(...) Como no teníamos mucho más que nosotros mismos para afrontar aquel cambio tan grande, comenzamos a integrarnos lo más rápidamente posible, constituyéndonos en pequeños grupos refugio (normalmente en torno a la propia habitación), en los que nos sentíamos seguros y protegidos frente al gigante en el que nos encontrábamos, tanto físicamente por la grandiosidad del complejo, como por el sentimiento interno que producía la separación de la familia y de los amigos del pueblo. Y empezamos a intercambiar historias sobre nuestros lugares de origen, nuestras familias, nuestros pueblos, etc.
(...) Cuando se habla de colegio se entiende que se está hablando de clases de aula pero eso no era así en nuestro lenguaje de Cheste. Para nosotros el colegio era el lugar donde vivíamos, no donde teníamos las clases. Y en el colegio estaba el Dire y los demás educadores (para nosotros siempre llamados los tutores) que no nos daban Matemáticas, Lengua ni nada por el estilo, sino que velaban porque la convivencia entre los miembros de cada habitación fuese correcta, vigilaban nuestros hábitos al acostarnos y levantarnos, nuestras actividades, etc. No sabíamos, y tampoco nos planteamos qué hacía este personal cuando asistíamos a clase.
Ellos estaban en torno a nosotros cuando convivíamos en las habitaciones, dormían a nuestro lado en las habitaciones que tenían en el vestíbulo de los dormitorios, nos echaban un vistazo en nuestros momentos de diversión en la sala de TV, de lecturas, etc. Los tutores del colegio pasaron a ser como nuestros nuevos padres, mientras que los profesores propiamente dichos, los que impartían las diferentes asignaturas, eran unas personas más lejanas, que vivían normalmente fuera de la UNI y por este motivo eran un tanto “outsiders”, ya que no estaban enterados de lo que se cocía en el internado.
(...) Aunque nuestro programa de actividades diario era muy intenso, con ocho horas de clases teóricas y prácticas, el día nos daba todavía bastante tiempo para la convivencia. Aquello era un gran baile: despertarse, arreglarse, bajar los seis pisos y caminata hasta los comedores. A continuación, subir a las residencias de nuevo (otra vez los seis pisos) para coger el material docente y bajar esta vez a los edificios de aulas. Más tarde, bajar de nuevo a los comedores, tras lo cual subir otra vez a las residencias en donde disfrutábamos de una hora de tiempo libre, hasta las 4 de la tarde. Luego, de nuevo las actividades docentes (cuando tocaba Educación Física vuelta a subir a las habitaciones a cambiarse, bajar a los gimnasios y luego volver a subir para ducharse). De nuevo al comedor para la cena y vuelta a subir a las residencias donde ya teníamos un par de horas libres al anochecer. Finalmente subida a las habitaciones en donde solíamos hablar, leer o andar de un lado para otro. Después de todo este ballet, especialmente movido en el caso de los cuatro colegios que ocupaban las sextas plantas, se puede entender fácilmente que nuestra actividad física al final del día era más que intensa, independientemente de que hubiésemos tenido clase de Educación Física o no.
(...)
Como la hora libre después de la comida no daba para mucho, las dos o tres horas de que disponíamos antes de dormir constituían el principal tiempo de ocio y lo empleábamos en nuestros juegos, ya fuese en la frecuentadísima mesa de ping-pong, en la sala de TV, en los juegos de mesa (los teníamos de todo tipo: ajedrez, damas, Monopoly, La Bolsa, etc.) o corriendo por el inmenso patio frente a las residencias. En los meses del invierno y con el fuerte viento de Levante que se levantaba, solíamos coger alguna plancha de metacrilato caída de alguna ventana rota que hubiese por allí y la usábamos para hacer una especie de surf sobre el hormigón abriendo nuestras zamarras al viento a modo de velas. Y entre el viento y lo pingajos que éramos, casi volábamos.
(...)
Por la noche, el tiempo en la habitación era muy especial. En la nuestra solíamos hablar mucho entre nosotros y contarnos historias de nuestra tierra, lo que nos resultaba muy grato e interesante. De esta manera, se fue formando poco a poco una hermandad entre nosotros.

11 marzo, 2006

Las comidas

En general, nosotros decíamos que pasábamos hambre. Los tutores, sin embargo, se reían y nos decían que la dieta estaba especialmente estudiada, pero todos queríamos más y sobre todo otras comidas. Uno de los tráficos negros más comunes era el de subir pan desde los comedores hasta las habitaciones. Esa actividad no carecía de riesgos, pues a menudo éramos registrados a la salida del comedor.
Recuerdo llegar a esconder los trozos de pan hasta en los sobacos. A veces también había registros en las habitaciones, los tutores decían que era para evitar la aparición de roedores.
(...)
Al cabo de unas semanas en la UNI, lo máximo a lo que aspiraba un interno era a recibir un paquete de casa lleno de comida. Entre los bienes más deseados se encontraban los tubos de leche condensada y las galletas rellenas de chocolate Príncipe. Los paquetes de comida que recibíamos de casa era como abrir un pedazo de cielo: primero echabas un rápido vistazo al contenido del cofre del tesoro para, más tarde, leer la nota doblada con unas cuantas palabras de ánimo que tu madre te escribía.
(...)
Una de mis primeras y vergonzosas fechorías tuvo relación con esto. Era por la tarde y teníamos Educación Física por lo que habíamos subido a cambiarnos a las habitaciones. Yo me demoré un poco más y, cuando los otros estaban bajando, aproveché para abrirle el armario a un compañero (Fernando, perdóname) y comerme algunas de sus galletas.
Ni que decir que el supuesto sigilo con el que llevé a cabo el hurto no lo fue tanto y de inmediato se supo. Por la noche, y una vez en la habitación, empezaron los comentarios irónicos sobre los ladrones de comida y yo, totalmente avergonzado, canté en seguida.

09 marzo, 2006

Los primeros días

Lo que más recuerdo de los primeros días fue el constante ir y venir de un sitio a otro, todo un mundo de cosas nuevas que no habíamos visto antes. La sala de TV y las primeras charlas del Dire ante una masa de 200 chiquillos, los comedores, los pasillos, los corredores exteriores, el porche de las residencias y las largas, larguísimas escaleras. Porque yo estaba en el colegio Águila, ubicado en lo más alto de la segunda residencia, el sexto piso. Y aquello del ascensor de la primera noche se había acabado, a partir de ahora siempre que necesitara ir o regresar de mi habitación tendría que recorrer aquellas seis plantas de escaleras.
Creo que durante esos días no me enteraba de nada, sólo me limitaba a seguir a los demás, aunque supongo que era la etapa inicial de captación de información, hasta conocer lo suficiente para empezar a integrar todo aquello en algo digerible en nuestro cerebro.
(...)
los grupos de chicos de cada habitación empezaban a cuajar. Al principio comenzamos llamándonos por el nombre de las provincias, por eso a Eloy lo llamábamos Teruel; yo era Pontevedra, etc. Estábamos casi todo el día juntos, en el comedor cada habitación tenía asignada una mesa y de su gestión se encargaban todos los componentes de la misma; en las clases estábamos en el mismo aula (los 200 chicos del colegio estaban divididos en 5 grupos para la docencia) y luego estaba la convivencia en la habitación. En nuestro caso, todo ello forjó rápidamente vínculos entre nosotros.
(...)
De hecho, cuando volví a ver a mi paisano unos días más tarde, no tuve demasiada necesidad de quedarme con él. Ya éramos conscientes de donde estaba cada uno y nos gustaba contarnos anécdotas, aunque él no había tenido una relación tan buena en su habitación. A pesar de que me hubiese gustado estar a su lado, ya me consideraba miembro de mi colegio y no estaba dispuesto a dejarlo por otro aún por la posibilidad de volver a estar con un paisano.
(...)
Y así, antes de que nos diésemos cuenta, se forjaron una serie de vínculos como en forma de círculos concéntricos: con el grupo de la habitación, con el colegio y con el conjunto de la Laboral.
A pesar de las añoranzas de casa y las dificultades obvias de adaptación a este nuevo entorno, yo experimenté una integración muy rápida tanto en la habitación como en el colegio. Por supuesto que tuve momentos tristes, algún que otro llanto, pero en general poca cosa. El calor que siempre me había brindado mi familia comencé a sentirlo por parte de los propios compañeros de habitación y, especialmente, por el gran equipo docente del colegio . Fue precisamente en los primeros momentos, cuando aún no sentía ese calor y todos y todo era extraño, cuando sentí mayor tristeza. Recuerdo algún chico que no lo soportó y se volvió a su casa, curiosamente uno de la provincia de Valencia. Ante esa perspectiva yo siempre lo tuve claro: no me iría. Este solía ser un tema que trataba con mi paisano durante los escasos ratos que pasábamos juntos.

04 marzo, 2006

La "despertá"

Cuando me desperté, lo primero que recuerdo es la gran claridad que había en la habitación, la luz del sol que entraba por la ventana a pesar de lo temprano de la hora (posteriormente supe que en el Levante amanece casi una hora antes que en mi Galicia natal). Poco a poco, fui vislumbrando la extraña habitación en donde me encontraba, los demás chicos que seguían durmiendo, la tranquilidad que se respiraba. A medida que me daba cuenta de lo que había pasado en el día anterior, una sensación de cierto desasosiego y soledad me iba invadiendo. Unos instantes más tarde mi mirada se cruzó con la de Eloy, quien estaba despertándose en una de las literas de abajo. Tras unas miradas cómplices, lo convertí en mi primer apoyo en aquel nuevo entorno.
Luego vino el caos, la tranquilidad se rompió de pronto por el encendido de la megafonía y el crescendo de decenas de voces, de ruidos de chicos que se levantaban. Yo hice lo que hacían los demás y de repente me vi inmerso en un río de chicos que iban al baño, que se vestían y que corrían por los pasillos para bajar las interminables escaleras. Siempre procuraba no perder de vista a Eloy, a quien había convertido durante esos primeros momentos en casi un veterano. La marabunta de niños era guiada por unos adultos, los educadores, que nos iban dando instrucciones.
Aquella mañana, mientras oía a los siete compañeros de habitación y a medida que abría mi armario metálico y tenía contacto con mis pertenencias, volvía a mí el recuerdo de mi madre y de mi casa. Me empezaba a dar cuenta con una creciente tristeza de lo que significaba mi decisión de seguir el consejo de mi antiguo director de colegio para solicitar y aceptar aquella beca que me hizo dejar mi casa e irme a vivir al otro extremo de España en 1976, cuando yo tan sólo tenía 10 años.
Sin embargo, nunca me arrepentí de aquella decisión.

03 marzo, 2006

Presentación (Personal)

Este libro reúne las memorias de uno de aquellos chicos que, con 10 años, dejó su casa en O Grove (Pontevedra), cruzó toda aquella España de 1976 sin autovías ni teléfonos automáticos (que decir de móviles) y entró a formar parte de esa auténtica ciudad de internos (más grande que el 88% de los municipios de la época) para participar en un proyecto educativo de vanguardia.
El libro recorre toda mi etapa en Cheste, que duró desde septiembre de 1976 hasta junio de 1979. Estos años permiten ver como fueron los momentos dorados de Cheste (desde su arranque en el comienzo de los 70 hasta el 78) y como se percibían los primeros síntomas de cambio (como por ejemplo la modificación en la gestión de los comedores, que pasan a funcionar en régimen de autoservicio a finales de 1978). Y es que el sistema de Universidades Laborales se estaba acabando tras su defunción oficial en 1978 y el finiquito que posteriormente recibiría en 1982, tras el cual estos centros entraron en una época de agudas restricciones económicas fruto, entre otras razones, de una precipitada cesión por parte del Gobierno Central a las entonces incipientes Comunidades Autónomas, que no disponían de recursos para poder mantener los gastos que requería el adecuado funcionamiento de estos complejos.
Estos hechos se pueden vislumbrar en la segunda parte de mi relato, en la Laboral de Coruña (79-83), en donde cada año se hacía más evidente el desmantelamiento progresivo del sistema de internado. También es cierto que en aquellos años la sociedad española entró en una senda de cambio vertiginoso que nos cambió, no sólo en el aspecto material, sino también culturalmente. Nos hicimos en general una sociedad más rica y opulenta, pero también más hedonista y menos predispuesta a los antiguos valores de trabajo y sacrificio. Y así como durante las décadas anteriores se había asumido con relativa normalidad el que los hijos tuviesen que ir a estudiar lejos de casa, se pasó al caso contrario, llegando al extremo de que hoy un chaval cualquiera puede estudiar hasta una carrera sin haber salido nunca de su barrio. Y esto puede ser cómodo pero ciertamente no es lo más aconsejable para su formación. En todo caso, es un indicativo de una sociedad que sobreprotege a los jóvenes.
Como señala E. Fuentes y cuya reflexión comparto:
“De las Universidades Laborales queda el recuerdo de un experimento social que produjo resultados espectaculares. Su desaparición truncó la posibilidad de disponer de mano de obra técnica y culturalmente muy cualificada que cada vez se demanda con mayor intensidad por la sociedad industrial desarrollada. En cambio, la juventud española ha sido orientada demagógicamente hacia la obtención de títulos universitarios clásicos que producen en sus poseedores grados de frustración crecientes al no poder ser aplicados por la enorme inflación de titulados” .
Creo que el precipitado fin que se dio a las Universidades Laborales privó a todo el país de los únicos centros que ofrecían una enseñanza profesional de calidad, perdiéndose en muchos casos costosas infraestructuras y maquinaria por dejadez y abandono.
En el epílogo de esta aventura personal, narro brevemente mi paso por la Universidad de Santiago de Compostela y la búsqueda, muchas veces convertida en (casi) disputa, de un puesto profesional en esta sociedad tan competitiva. Todo lo que finalmente he conseguido creo que tiene hundidas sus raíces en la formación recibida en Cheste, especialmente en los hábitos adquiridos de trabajo y capacidad de aguante. Para finalizar, he querido concluir con una reflexión relativa a las generaciones que ahora están en formación, como mis hijos, la mayor de los cuales está casi en la edad que yo tenía cuando me fui a Cheste.
Bienvenidos pues, a un universo correspondiente a un tiempo pasado, pero que sigue muy presente en los que tuvimos la suerte de pasar por aquel COUL en donde aprendimos no solo gran cantidad de materias sino también a mejorar como seres humanos. Incluyendo la capacidad de superar la adversidad y los malos momentos lejos del apoyo de la familia, que también los hubo. Pero lo realmente fantástico es que, hoy en día, no conozco a nadie de los que allí convivimos que no guarde gratos recuerdos de aquella experiencia.
Pasen por favor, estamos en octubre de 1976 en el término municipal de un pequeño pueblo situado a 22 km de Valencia, por entonces muy lejos de la ciudad y en medio de campos de naranjos. Su nombre es Cheste…

01 marzo, 2006

Presentación (Histórica)

Tras el desastre humano y económico que supuso la Guerra Civil Española y el período de oscuridad y aislamiento internacional que vino a continuación, no fue hasta mediados de los años 50 cuando España empieza una lenta recuperación tanto a nivel interno, con un incipiente desarrollo económico, como en el plano internacional, con el establecimiento de tratados con EEUU, ingreso en la ONU, etc. En este contexto, y con el objetivo de formar a las nuevas generaciones en el desarrollo industrial que por entonces se iniciaba, nace de la mano de José Antonio Girón, ministro de trabajo durante 1941-1957, la creación de las Universidades Laborales. Se pueden distinguir dos épocas principales en los 24 años de vigencia de estas instituciones: los primeros 10 (años 1955-1964), y los 14 restantes (1965-1978). La primera década viene definida por una gran carga ideológica de la mano del entorno del ministro Girón, encomendándose la dirección educativa a la Iglesia a través de diferentes órdenes religiosas. El mascarón de proa de estos tiempos fue la primera Universidad Laboral, creada en Gijón y puesta en marcha en 1955 por los jesuitas, un auténtico alarde arquitectónico con reminiscencias de palacio monacal. Los centros que se crearon a continuación fueron el de Córdoba (encomendado a los dominicos), los de Sevilla y Zamora (que llevaron los salesianos) y el de Tarragona (el primero que se otorgó a laicos, aunque en su mayoría procedentes de la Delegación Nacional de Juventudes), todos ellos puestos en marcha en 1956, a excepción del de Zamora que arrancó en 1960. La segunda etapa de estas instituciones está marcada por la caída de José Antonio Girón y el ascenso de los ministros tecnócratas. Es en este período donde se procede a un total desmantelamiento de la ideología falangista y además, la dirección educativa ya no fue otorgada a la Iglesia. Se ponen en funcionamiento durante esta década las Universidades Laborales de A Coruña, Alcalá de Henares, Cáceres, Zaragoza, Huesca y Eibar. Finalmente llegaron a ser un total de 21 centros repartidos por toda la geografía española, siendo la de Vigo la última en inaugurarse (1976). Todos estos centros se convirtieron en lugares de referencia donde estudiar especialidades profesionales (la posteriormente llamada Formación Profesional de primer y segundo ciclo, FP I y FP II) tales como: Construcciones Metálicas, Mecánica o Administrativo (Gijón); Marítimo-Pesquera, Electricidad o Frío Industrial (A Coruña); Metal, Electricidad o Delineación (Alcalá), y así un largo etcétera. Pero también se podía estudiar el Bachillerato, con unos medios humanos y docentes muy superiores a los existentes en los colegios de la época. Además de estos estudios, se concedía especial importancia a la educación física, humana y religiosa; habiendo también actividades complementarias tan variadas como tocar instrumentos musicales, talleres de aeromodelismo, deportes, etc. De cara a conseguir una mayor homogeneidad en la formación académica de los estudiantes que accedían a dichos centros, se propone a mediados de los años 60 la creación de un nuevo centro que sería concebido como un Centro de Orientación de Universidades Laborales (COUL), en donde los chicos de 10-11 años entrarían a cursar los últimos 3 años de la enseñanza primaria, la que luego se denominaría Enseñanza General Básica (EGB). Este nuevo centro se construiría en la localidad de Cheste (Valencia) según el diseño del arquitecto Fernando Moreno Barberá. El COUL de Cheste representó el hito arquitectónico más destacado de todo el sistema de Universidades Laborales, tanto por la grandiosidad de sus instalaciones como por su concepción funcional y vanguardista. En cierta medida puede considerarse este centro como la cumbre de todo este sistema, que recogió el estandarte que durante los pasados 15 años había llevado la Universidad Laboral de Gijón. A pesar del número tan elevado de internos para el que se diseñó, 5000, y las edades tan tempranas con que los chicos accedíamos al centro, el COUL de Cheste fue un modelo de gestión a nivel docente, humano y hasta logístico. Creo que toda la labor educativa que allí se realizó debiera ser objeto de mayor estudio y atención. A modo de ejemplo, baste decir que se utilizaron métodos educativos vanguardistas para la época (aprendizaje de idiomas con medios audiovisuales, enseñanza de técnicas de estudio, trabajo en grupos, tutorías en grupos reducidos, etc.), que todavía hoy pueden considerarse como tales.